LIMA 2177
Codigo 003 - Vacío
Un ruido bastante perturbador inquietaba la aparente tranquilidad de la ciudad, su constancia hacía que la incomodidad se incrementará de manera gradual, pero no era la bulla lo que causaba zozobra en el ánimo de las personas, sino lo que significaba aquel estruendo infernal.
El vehículo aterrizó en la puerta de una tienda de antigüedades, en la vitrina se podían ver modelos del siglo pasado de la Marca IBM que eran rematados a un precio muy alto debido a la demanda de personas apasionadas con la tecnología del pasado. El vehículo - máquina comenzó a escanear el establecimiento y detectó el patrón anormal de nerviosismo, el sujeto escapaba por una puerta trasera.
Julio A. corría desesperadamente, hacía varios días que tenía pesadillas sobre lo que ahora estaba ocurriendo, así comprobó que el terror de los sueños no puede compararse al real. Detrás de la tienda se dibujaban innumerables puertas como un gran laberinto que a cada momento le robaba su libertad pero por fin pudo hallar la salida, pero no el escape.
Cuando Julio A. abrió la puerta halló algo muy diferente, una extraña mezcla de fierros dispuestos de manera grotesca, una luz roja impactó en su frente por unos segundos, una eternidad para el pobre hombre quien no atinaba a correr. En el interior de la máquina se gestaban distintos procesos, por fin se eligió un rayo aturdidor, la operación fue rápida, después solamente se escuchó la caída de un cuerpo.
Julio A. despertó en obscuridad total, miraba a todos lados pero allí sólo existían sombras, trató de moverse pero no pudo, él no lo sabía pero estaba bien sujeto a una especie de cama sobre la cual estaba depositado su cuerpo; Sintió cosas raras adheridas a él, extraños aparatos se ubicaban en su cuello, en sus articulaciones, en sus muñecas, en la zona del corazón, entre otros lugares.
En otra habitación, sus señales eran monitoreadas por dos oficiales, miembros de la Unidad de Control de Eventos Perturbadores – UCEP. Los oficiales vieron interrumpida su labor por la intromisión de un sujeto, pero la molestia inicial se vio superada por un temor respetuoso, era el oficial superior Artemis – nombre que usaba para encubrir su verdadero nombre, Artemio, denominación que le desagradaba a montones –.
Julio A. se hallaba ansioso e impaciente, si era el momento de morir pues que venga de una vez para terminar con aquella locura.
Prisionero Julián Alvitoez – dijo una voz que provino de la nada.
Julio A. vio crecer aun más su ansiedad, era un tono tétrico el que pronunciaba su verdadero nombre, ¿quién era aquel?; A su frente se encendió una pantalla, apareciendo la totalidad de sus datos personales, sus claves de acceso a distintos servicios, incluso se veían imágenes de sus últimas acciones, algunas un poco borrosas.
Como puede ver - Exclamó la voz anterior – tenemos todos los datos correspondientes a su rutinaria vida, ¿Creyó que con manipular su chip de identificación o alterarse el cerebro con aquel implante podría escapar de nosotros? Se equivocó.
Julio A. sintió que el corazón le iba a explotar, la pantalla se apagó y algunas luces se encendieron, eran bastante débiles pero le permitieron apreciar por un momento la situación de su cuerpo y los aditamentos que tenía encima. De un momento a otro las luces volvieron a apagarse, las tinieblas deparaban otra sorpresa, una extraña máquina comenzó a deslizarse y a posarse demasiado cerca de la cabeza del prisionero, luego disparó una iluminación roja sobre él, quiso gritar pero no pudo, no era dolor lo que sentía, había recordado lo que hace unos días le habían comentado, acerca de zombis sin mente que pululaban por la ciudad, gente con la memoria alterada, con el pensamiento deformado, incluso se contaban de algunos cuyos casos eran aún peores; Pensó que quizá sería la excepción ya que aquellos bastardos que lo tenían en su poder conocían los datos de su vida, entonces sabían que pertenecía a una familia relativamente prestigiosa, su padre era funcionario de la filial de la Transnacional ALINAR, la cual administraba cierto sector de la ciudad, quizá le tendrían consideración, aunque “él” le había dicho que una vez que desciendes a aquel averno ya no hay conmiseración ni posición alguna que te salve.
¿A que averno se refiere? – Preguntó nuevamente la voz – ¿Acaso se refiere a “EL HUECO”, esa sucia colonia de marginales?, ¿Quién es ese “él”?, ¿Se refiere al criminal que lleva el nombre de TANATOS?
Julio A. palideció.
En la otra habitación, las pantallas dibujaban imágenes borrosas, sobretodo la de un rostro que a pesar de las deficiencias se le hizo conocido al oficial Artemis, que bien que conocía a aquel sujeto.
Conteste – volvió a decir la voz – estuvo en el sector denominado EL HUECO y tuvo contacto con TANATOS.
Julio A. no dijo nada, su resistencia fue feroz, estaba casi al borde del agotamiento, en la otra habitación, los oficiales que monitoreaban la información veían como las imágenes cobraban mayor nitidez. Un silencio prolongado se apoderó de la escena, en ocasiones aparecía la pantalla con nuevas imágenes, algunas del pasado de Julio, ¿cómo era que estos malditos podían obtener tanto de él?, su resistencia se estaba debilitando a tal punto que ciertas imágenes reprimidas en su mente afloraban ya que sus esfuerzos se centraban en aquellos datos que lo condenarían.
Aunque se niegue – volvió a repetir la voz – ya no es posible detener el desenlace.
Esa bendita frase fue repetida por un espacio de 10 interminables minutos, grabada con un tono bastante lúgubre, atormentando al prisionero quien comenzó a arrepentirse de lo que había hecho, ¿por qué lo hizo? De pronto, en la otra habitación se dibujó la figura de una persona, los oficiales accedieron a la base de datos de la institución pero Artemis dijo que no era necesario, había identificado a aquel, estaba en lo cierto, era Tanatos, uno de los líderes del HUECO, enemigo declarado del sistema; En ese instante muchas pantallas se encendieron alrededor de Julio A. todas mostraban a “El”, TANATOS, su cara lo rodeó completamente, la ansiedad del prisionero llegó a los límites, las imágenes fueron acompañadas por la voz anteriormente mencionada, repitiendo la condenada frase: “…Nada puede detener el desenlace”, Julio comenzó a gritar desesperado.
En la otra habitación se registraban los datos del prisionero, Artemis presionó algo en su oreja y comenzó a hablar con alguien, estuvo así unos minutos, terminada su conversación dio la orden. El sujeto que llevaba el nombre de Julio A debía ser borrado y su cuerpo derivado al Almacen B -100 hasta nueva orden, quizá lo destinarían a ser fábrica de órganos o algo así, la contaminación fue demasiada.
¿Que haremos con su padre?, no creo que se quede de brazos cruzados ante la desaparición de su hijo – dijo uno de los oficiales.
Los superiores se harán cargo de ello – respondió ARTEMIS - entablarán contacto con los medios de comunicación, difundirán la noticia de que Julio A. ha sido secuestrado por alguna organización anarquista, quizá los CLAUN, sabemos cuan agitadores pueden ser aquellos.
Además eso reforzará la venta de los equipos de seguridad, traerá beneficios a pesar de ser un hecho tan funesto – dijo el otro oficial.
Que bien que comprendes la ideología de esta época – agregó Artemis.
Los oficiales rieron con su superior, luego saludaron cortésmente y salieron de la habitación. Artemis quedó solo; observando al desesperado por la pantalla, apagó la voz grabada – que era la suya – y continuó contemplando al prisionero, su juventud le traía recuerdos que mejor era olvidarlos. Lentamente se acercó al panel, y ejecutó la orden de erradicación – secuencia de borrar.
En la otra sala, Julio A. continuaba mirando aquella imagen, su conjunto alrededor de él simulaba un torbellino que muy pronto lo arrastraría, notó que la luz que estaba sobre su cabeza pasaba de Roja a Azul, en ese momento nuevamente escuchó la “bendita frase” pero solo fue una vez, sonaba algo diferente, notó algo de humanidad, de compasión en ella, no lo perturbó, lentamente sintió como todo aquello pasaba y terminaba, todo quedaba en blanco, una paz engañosa. Artemis contemplaba como la información era borrada, luego se escuchó el aviso – secuencia terminada, la operación estaba completa, pensó por un momento en el padre del joven, si hubiera problemas la empresa “dispondría” de él.
Saliendo de la habitación, Artemis recordó algo, se dirigió a otro dispositivo, grabó el archivo que allí estaba y recogió el pequeño aditamento en el cual se había almacenado, era rutina tener una copia física de la “mente” de los prisioneros además de la que se derivaba a la base de datos central.
Ve en paz – dijo Artemis, fue lo último que pronunció antes de salir de la habitación.
El dispositivo de almacenaje fue guardado en la sección Tanatos – clave 2177JA.
En la obscuridad, Julio A. descansaba con la mirada perdida, rodeado por la imagen de Tanatos. En la otra habitación, el panel seguía mostrando el aviso: Secuencia terminada – Vacío.
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